Y yo que no creo en ningún Dios,
allí me vi de rodillas
adorándote.
Era un salmo sin letras,
pero mi lengua no
paraba.
Estaba ante mí tu templo,
catedral de catedrales,
y yo no dejaba de sentir
como pintaba la capilla sixtina
con mis dedos en tus paredes.
Sentí todos mis pecados
redimirse en tu hoguera,
tan dentro de ti,
que volví a creer.
Y ahora la fe
guía mis pasos,
y no me importa ser crucificado
para que nunca dejemos de
amarnos el uno al otro
como siempre hemos
soñado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario