jueves, 1 de febrero de 2018

Árbol.

Y yo que soy árbol,
que he echado raíces,
veo tu espalda marchar y
lloro porque mis ramas
han dejado de crecer.

Algunas de mis hojas
salieron volando detrás de ti,
intentando alcanzarte con sus
gritos sordos,
pero tú no querías mirar atrás,
la decisión estaba tomada.

Desde entonces,
las tormentas no dejan de asolarme,
zarandean mis ramas,
oprimen mi tronco y aunque
muchas veces me gustaría rendirme
y salir volando,
mis raíces son demasiado profundas,
la vida les enseñó a buscar
en el fondo donde aferrarse.

Pero mis flores ya no nacen,
desde que les falta la luz de tu rostro,
algunos días alguna tímida hoja,
intenta abrirse hueco a la vida,
pero pronto un viento silencioso y
un cielo oscuro
las hacen morir.

La gente me mira con tristeza,
recordando mi belleza perdida,
aquellas ramas espesas que daban cobijo
cuando tu agua me regaba con besos
por las mañanas,
y tus palabras me hacían florecer
cada día.

Ahora solo
en mitad del bosque,
ya no veo el hogar que resguardaba
bajo las sábanas
de nuestra cama.

Todo mi alrededor
se ha vuelto desierto,
y ahora soy un árbol ridículo
que se alimenta
de la nada.

Ahora sólo puedo esperar,
que me talen,
que me hagan astillas,

para calentar casas frías
y ojos que no entiendo.

Pero con el último verde,
de mi última hoja
guardaré la esperanza
de que vuelvas,
te abraces a mi tronco y
con las lágrimas
de nuestro reencuentro
pueda volver a crecer y
me acabes convirtiendo en cama
de flores,
donde descansemos al fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario