viernes, 24 de noviembre de 2017

Naturaleza.

Sentado en la hierba, un punto que el sol mira con indiferencia. Miro hacia el suelo y todo son hierbas y flores, miles de vidas aun más insignificantes que la mía. Cientos de cantos parecen calmarme, a la vez que me intriga su aparente alegría. Por qué cantáis si nadie os escucha? Sois tan bellos y nos importáis tan poco. La vida va tan deprisa que ya pocos nos paramos a hablar con ella. Y si alguien nos ve, nos llamará vagos, nos dirá que mejor emplearemos nuestro tiempo en cosas más útiles. Hay algo más útil que pensar? Que hacer más fuerte nuestra vejez? Que dar de comer a nuestra sabiduría? Que en el último latido nos queden menos preguntas? Y con eso mi inteligencia no se siente superior, todo lo contrario, hay tanto que saber y yo sé tan poco. Quizás la hormiga que sube por mi pierna lo comprenda mejor que yo, con su aparente insignificancia nos mira desde abajo, nos mira con humildad y se ríe de nosotros. Un trocito de césped en un parque es su mundo, que pequeñito pensaréis. Acaso igual de insignificante es nuestra ciudad, nuestro país o nuestro mundo? Siempre hay algo mayor que nosotros, algo que piensa que nos entiende cuando ni siquiera se entiende a sí mismo. Yo tengo un nombre, una cara y un cuerpo que van cambiando sin dejar de definirme, también el parque donde estoy va cambiando y no deja de ser el mismo. Cómo aspirar a comprenderme si no entiendo lo que me rodea. Si la belleza es tan cambiante y a veces parece mi única aspiración. Superficial? Quizás sí. Profundo? Puede que también. Sólo pido que no me juzguéis, ni me llaméis loco, porque quizás vuestra cordura es la mayor de las enfermedades. Porque cómo puedes ver tanta belleza a tu alrededor y vivir tan tranquilo?

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